El 80% de la población de los Emiratos Árabes Unidos son extranjeros, que solamente el año 2018 enviaron a sus países de origen más de 44 mil millones de dólares en remesas. Este país constituye  un buen ejemplo de cómo una nación petrolera puede usar su riqueza para generar bienestar colectivo, diversificar la economía e invertir en su gente.

 

La llegada de la pandemia no obstante ha hecho que más de 300.000 ciudadanos indios y pakistaníes que allí viven, hayan tenido que regresar a sus países de origen, perdiendo sus trabajos e ingresos.

 

Todos los países petroleros, incluidos aquellos que han manejado de manera adecuada su riqueza en los últimos años, están padeciendo la desaparición de un tercio de la demanda mundial de crudo. Aunque esperamos no haber llegado al pico de la demanda mundial de petróleo (peak oil demand), nada indica que ésta se vaya a recuperar en el corto plazo.

 

Según Souma Swaminathan, jefa científica de la Organización Mundial de la Salud, al mundo le va a costar 4 o 5 años tener el COVID-19 bajo control -cuando la vacuna contra el virus llegue al último rincón del mundo- siempre y cuando éste no mute.

 

El Papa Francisco ha descrito de manera magistral la situación que enfrentamos: “estamos todos en la misma barca, frágiles y desorientados en este momento”.

 

Si algún pueblo vive esta fragilidad y desorientación en grado sumo es el venezolano, a quienes la angustia por el virus y la ausencia de un sistema de salud, se le suma la falta de alimentos, combustible, gas doméstico, agua, luz, seguridad, empleo.

 

La pandemia ha mandado al venezolano a los peores círculos del infierno de Dante. La mayor amenaza para nosotros no es el virus del COVID19, sino el socialismo del siglo XXI que ha destruido los mismos fundamentos de vida civilizada,  maximizado los efectos de la cuarentena y sembrando la desesperanza por doquier.

 

El hombre de las cavernas vivía en mejores condiciones que el venezolano. Los cazadores y recolectores de la Edad de Piedra tenían acceso al agua, a alimentos diversos, combustible y la seguridad que le brindaba el clan.

 

Mientras la pandemia está cambiando la vida del hombre moderno, transformando las formas de trabajo y las relaciones humanas, en Venezuela la pandemia está acelerado dramáticamente las ya destruidas condiciones de vida, que ya eran bien complicadas con el socialismo bolivariano.

 

A pesar de este panorama desolador, los últimos días hemos visto como ese venezolano sufrido no se rinde ante esta situación. En Petare diariamente veo protestas por el agua. En el Zulia, protestas por la luz, en Cumaná protestas por el combustible y en Barquisimeto, por el gas doméstico.

 

Aunque la tentación para el desánimo esta al asecho, la vía para enfrentar la situación que sufrimos no es otra que la organización desde las bases: barrio, urbanización, bloque, escalera, calles, en una protesta sostenida y pacífica que, cuidando la distancia social, exija enérgicamente un cambio en el rumbo de Venezuela. La nueva normalidad que exige el venezolano es el cambio radical en sus condiciones de vida para que sea realmente digna de su condición humana

 

La nueva normalidad quiero es que Venezuela vuelva a ser una potencia energética, que invirtiendo en educación y tecnología diversifique su economía, y que la movilidad social sea resultado del esfuerzo propio y no conexiones políticas clientelares.

 

La peste negra cambió la Europa Occidental el siglo XIV para siempre, poniendo fin al feudalismo y empoderando al campesinado, de nuestra organización de base y lucha sostenida depende que la pandemia sea el fin del socialismo bolivariano.