Diputado Angel Alvarado
En mi infancia solíamos ir al Palenque, zona rural y montañosa del Estado Lara. En esta zona de montaña sobre los 1500 metros se presume que empieza o termina la cordillera andina. Ahí está la casa donde vivieron mis abuelos y hoy en día viven mis padres. Junto a la casa donde pasábamos los fines de semana existen todavía dos bucares, uno detrás de la casa y o el otro en la colina de enfrente. Los bucares son usados para darle sombra al café, son arboles altísimos que florean con una hermosa flor naranja. El bucare del frente tenía un «mata palo», un árbol aparejado que crecía a su lado, se le subía por las ramas, lo estrangulaba y le impedía florecer. De lejos parecían un mismo árbol, pero de cerca se podía notar que tenía hojas diferentes. Mientras que el bucare de atrás se adornaba de un naranja intenso, el bucare con el Matapalo apenas floreaba el típico “gallito” naranja que adornan nuestros campos.
Cuando era niño, pasé mucho tiempo en el campo, en El Palenque a unos 40 kilómetros de Barquisimeto montado sobre los 1500 metros sobre el nivel del mar, allí donde comienzan o terminan Los Andes. Junto a la casa donde pasábamos los fines de semana había dos bucares, uno detrás de la casa y otro en la suave colina que caía en el frente. Ese tenía un «mata palo», un árbol aparejado que crecía a su lado, se le subía por las ramas, lo estrangulaba y le impedía florecer. Mientras el bucare de atrás se adornaba él y a todo lo que le rodeaba de un naranja intenso, el bucare del frente aunque sólido apenas floreaba el típico “gallito” naranja que adornan nuestros campos.
Este recuerdo es la mejor imagen que se me ocurre para explicar lo que le pasa a la economía venezolana en este momento. Tenemos un sector de la economía que lucha por sobrevivir como el bucare del frente, que produce con gran esfuerzo a pesar de infinitas dificultades; y un aparato “depredador” (matapalo) que estrangula la economía productiva. El matapalo no produce nada y se apropia del esfuerzo de los demás, y sería incapaz de crecer sin la depredación y el estrangulamiento del que produce.
Si algo caracteriza la economía venezolana en este momento es la depredación de un sector que no produce nada a costa de otro que lo produce todo y es robado por el primero. Este proceso depredador comenzó confiscando 5 millones de hectáreas de tierras y 1500 empresas productivas; luego impuso controles a la economía para estrangularla (controles de cambio y precio), luego al verse con casi nada que depredar, porque no se quería depredar a si mismo, depreda al Banco Central, el oro de las reservas y sus activos como el bono PDVSA 22, y luego a depreda la industria petrolera, su producción y sus refinerías en el extranjero como CITGO.
Pero la voracidad depredadora es insaciable, y debió recurrir al financiamiento monetario desde el Banco Central ante el insostenible déficit fiscal, generando una hiperinflación o impuesto inflacionario que ha llevado el salario mínimo del venezolano a menos de un dólar, y que es la máxima expresión de la depredación es la clase obrera esquilmada por los depredadores.
El socialismo del siglo XXI es una plaga que devastó la economía venezolana. Son matapalos de esta economía depredadora los contratistas que viven de los sobreprecios, las empresas de maletín que se enriquecieron con Cadivi, los involucrados en el escándalo de corrupción de Odebrecht, quienes confiscaron fincas para matar el ganado y dejar las tierras abandonadas, quienes arruinaron el sistema eléctrico con contratos multimillonarios, quienes están devastando el Arco Minero en busca de oro, quienes financian al Ejecutivo desde el Banco Central, los banqueros que se beneficiaron de las notas estructuradas…todos depredadores que se apropian de los que producen riqueza. Se visten de verde, de cuello blanco, de mono deportivo… los hay por todos lados y de todas las tendencias, y es que en el sistema socialista ellos son los más recompensados por sus capacidades cleptocráticas.
Junto a los “matapalos” están los “bucares”, héroes que resisten en el sector productivo de la economía, grandes empresas como Polar que siguen aguantando los embates de luchar contra un modelo depredador que controla, confisca y destruye sin tregua; allí también están los pecadores de Tacarigua de la Laguna o los Cacaoteros de Yaguapita en Barlovento; o los productores de Fresa y Durazno del Jarillo en los Altos Mirandinos. Todos los de este grupo saben que el bucare que representa a Venezuela tiene la potencialidad de ser frondoso y prosperar si cortamos de raíz ese «mata palo» que nos asfixia.
¿Por cuánto tiempo vive en matapalo?
La economía depredadora colapsa cuando ya no queda más que robar, más que destruir y todo indica que estamos llegando a ese punto. El colapso de la industria petrolera que podría terminar el año por debajo de 1 millón de barriles es la mejor muestra de que para depredación ha ido tan lejos como nadie podría imaginar.
Pero los depredadores o se depredan a sí mismos, o se pasan al sector productivo de la sociedad con el botín acumulado. Ambos procesos se dan en paralelo, quedando claro que los que llegaron tarde al desguace podría ser decisivos, sea por el poder que acumulan o por los salarios más altos que reclaman ante el riesgo que implica sostener una dictadura condenada mundialmente.
El gran drama es que el pueblo que sufre el colapso se encuentra disperso, diezmado y desmoralizado, incapaz de reconocer su poder para quebrar la galleta, a través de la presión popular de calle, en que se ha convertido el régimen de Maduro. Los depredadores están débiles porque queda cada vez menos que robar y ellos viven del robo.
El único camino del que disponen las cleptocracias para mantenerse en el poder, es a través de la división del adversario: sea de los factores democráticos, sea del pueblo con su dirigencia. La desconfianza, el egoísmo y la miopía para estar unidos en este momento han hecho que el matapalo siga pegado a bucare estrangulando al pueblo.