“Los pasaportes solo sirven para fastidiar a la gente”

Cuando era joven, más joven de lo que soy ahora, leía todo lo que caía en mis manos de Julio Verne, su género vanguardista y surrealista de novelas de aventuras me llevó de viaje por el mundo entero. Tanta era mi admiración por sus relatos que en algún momento me planteé ser geógrafo y recorrer el mundo, como lo hacían sus personajes.

Uno de los títulos más emblemáticos de Verne es “La Vuelta al Mundo en 80 días”, allí se muestra cómo la tecnología del momento (1873): barco a vapor, ferrocarriles, estaban recortando las distancias físicas facilitando el flujo de personas a través de las fronteras nacionales aún no delimitadas y abiertas a todos.

Mientras las distancias se achicaban a finales del siglo XIX, los gobiernos comenzaban a poner límites al flujo de personas. Philleas Fogg, personaje principal de La Vuelta al mundo en 80 días, pasa en algún momento del relato por Suez, allí un detective colonial británico le dice: “los pasaportes solo sirven para molestar a la gente decente”. Este comentario está más vigente ahora que hace 100 años.

En este mundo que se llama global, solo 3% de la población vive fuera de su país -este número se ha mantenido constante los últimos 60 años- a pesar que 700 millones de personas prefieren trasladarse a un país diferente según la encuestadora Gallup. Este flujo de personas está siendo restringido por los gobiernos- 75% de las vallas o muros fronterizos se han erigido después del año 2000. Evitar la llegada de migrantes parece ser el nuevo consenso liberal y populista de los tiempos que nos ha tocado vivir.

Las migraciones no son un fenómeno nuevo, de hecho, el hombre ha migrado siempre a lo largo de la historia. La Teoría de emigración africana del Homo Sapiens desde África hacia Asia y Europa muestra que los hombres venimos de una misma raíz, y que las diferencias fenotípicas solo esconden la inmensa similitud genética. De igual forma los distintitos niveles de ingresos entre regiones no han sido constantes a lo largo del tiempo, los que ahora son países de ingreso medio o bajo, fueron los más ricos hace unos 5000 años (Egipto, Siria por citar dos), y países pobres y barbaros de antaño hoy son las más ricos del mundo (como el Norte de Europa). Las migraciones siempre han existido y siempre van a existir, el tema fundamental es entender por qué ocurren y cómo podemos manejarlas. Sabemos bien que el mal manejo del extranjero, el extraño o el distinto ha producido los crímenes más atroces que conoce la humanidad.

En el libro del Éxodo le ordena Dios al pueblo de Israel: “No maltratarás ni oprimirás al migrante que reside en tu territorio porque fuiste migrante en el país de Egipto”. Es siempre contradictorio que los que en algún momento fueron migrantes lo olviden fácilmente, y que sin mucha compasión se conviertan en los más furibundos enemigos del extranjero.

El papa Francisco ha recalcado en sus escritos y mensajes que la migración es una oportunidad de crecimiento personal y cultural, y que ayudar a integrar al migrante es una tarea para los países receptores. Lamentablemente lo que vemos muchas veces respecto a los migrantes es violencia, trato inhumano, trata de personas, abuso psicológico y físico, y en muchos casos sufrimientos indescriptibles.

Desde el punto de vista económico no existe evidencia de que una entrada masiva de migrantes tenga un efecto negativo sobre la población local, de hecho la evidencia apunta más bien a que los migrantes hacen que todos estén mejor: nacionales y extranjeros en el país receptor. Uno de los problemas más importantes a la hora entender el complejo fenómeno de la migración es tratar de analizarlo como si fuera un mercado perfecto, usando el modelo de oferta y demanda tradicional.

Los trabajos académicos más especializados indican que las asimetrías de información, los riesgos morales y la selección adversa impiden que este mercado funcione como los demás. Nadie en el mundo compra o vende trabajo como se hace con las demás mercancías o servicios. En tal sentido, el flujo de migrantes no se puede ver como un simple desplazamiento de la curva de oferta que baja los salarios o genera desempleo.

El 43% de los dueños de las empresas Fortune 500 son inmigrantes o hijos de inmigrantes que llegaron huyendo de terribles situaciones en sus países de origen. Pensemos en los padres de Henry Ford (irlandeses), Steve Jobs (sirios) o Jeff Bezos (cubanos).

La poeta somalí/inglés Warsan Shire escribió en su poema sobre la migración:

“Tienes que entender que nadie sale con sus hijos en una barcaza,

a menos que sea mas seguro que la tierra”

Solo un desastre o una guerra sacan a la gente en masa de su país, los incentivos económicos en sí mismo no hacen que la gente se mueva. Los flujos de sirios a Europa o de venezolanos por Sudamérica son producto de cataclismos y horrores indescriptibles. Al plantarse la huida, los flujos van a gravitar hacia los países más ricos por supuesto, pero lo que los motivó a huir no fue un mejor salario del país receptor sino la pesadilla en que se había convertido su cotidianidad.

El mundo, y en especial la región, debe crear corredores humanitarios para los venezolanos, detener devoluciones en el mar, eliminar las expulsiones masivas o retornos forzados. La respuesta debe ser global y coordinada especialmente entre los países que comparten fronteras con Venezuela.

Cuando salgo de excursión con uno de mis sobrinos, a veces me cuenta historias de aventuras imaginarias un poco surrealistas. En una de esas salidas le contó a un amigo mío una larga historia imaginaria bastante larga y concluyó diciendo que él era descendiente de Julio Verne. Le dije a mi amigo que lo único real del cuento era eso último…y que yo creía, como Verne, en un mundo sin visas ni pasaportes que solo sirven para fastidiar a la gente.